El bótox no tiene rival. Y parece que tampoco lo tendrá en un futuro próximo a tenor de lo que está por llegar a España «cuanto antes», según los deseos de los médicos estéticos.
Pero no adelantemos acontecimientos, primero algún dato. Por primera vez en nuestro país, los tratamientos faciales con bótox han tomado la delantera a los realizados con ácido hialurónico, sumándose así a la tendencia mundial. De entre los 626.778 protocolos de rostro que se realizaron en 2021, el 42% corresponde a infiltraciones de toxina botulínica, como detalla el «Estudio de dimensionamiento e impacto socioeconómico de la Medicina Estética en España 2021» presentado hace un mes por la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME).
La razón es que la toxina más famosa del mundo se usa para tratar las arrugas del tercio superior del rostro, el que más se ha visto estos años, por el uso de mascarillas.
Dos décadas de éxitos imparables son las que cosecha el bótox, desde que la Food and Drug Administration de Estados Unidos (FDA) aprobara su uso estético en 2002. En España hubo que esperar dos años a que este relajante muscular se pudiera usar para tratar las arrugas de expresión de la frente, del entrecejo y las patas de gallo. Los expertos hablan incluso de una era A.B. y una era D.B. (antes y después del bótox).
Después de 20 años llega por fin algo nuevo. A principios de septiembre, la FDA -ese primer filtro que da una pista de lo que llegará a Europa- aprueba Daxxify, comercializado por la compañía Revance Therapeutics, que llevaba años intentando formular la toxina en crema y se topó con «una innovación en una industria que se ha mantenido prácticamente sin cambios», como ha descrito Mark J. Foley, director ejecutivo de la empresa.
Dos son las mejoras frente a las fórmulas que se usan en España -Vistabel, de Allergan, el bótox original que aquí adquirió este nombre comercial; Azzalure, de Galderma, y Bocouture, de Merz-. Aunque no dejamos de hablar de una toxina botulínica tipo A, cuyo efecto es que relaja las arrugas por la inhibición de las contracciones musculares, Daxxify actúa gracias a un péptido que le permite penetrar y adherirse a las células nerviosas (que es donde relaja el músculo), tal y como describe María Vicente. Se elimina de la ecuación la albúmina, que se usaba como conservante, y aquí la primera alegría: es apta para alérgicos al huevo.
La segunda mejora es en la que están puestos todos los ojos: el uso del péptido hace que el efecto sea más duradero. Porque si algo flaqueaba en el bótox era que frenaba las arrugas tres, cuatro meses a lo sumo. Ahora, y según los estudios presentados en 2.700 pacientes con 4.200 tratamientos, la duración se mantiene medio año; en algunos casos, hasta nueve meses.
Los efectos secundarios «son los mismos que con el bótox que ya manejamos», cuenta Virtudes Ruiz. Como describen los ensayos clínicos, un 2% de los pacientes sufrió una caída temporal de un párpado (que suele ser culpa de quien pincha) y un 6% habló de dolor de cabeza temporal.
¿Sabe a poco esta novedad? No para los médicos. «Esta mayor duración ya es bastante, sobre todo para el paciente. Pensamos en medicina estética, pero también en las ventajas en patologías que precisan de inyecciones con dosis mayores y más frecuentes», defiende Ruiz. Un pequeño paso para el hombre, otro gran paso contra las arrugas.